martes, 1 de abril de 2008

El Festivalete


Cuando tenía 4 años oí por primera vez algo sobre un festival de teatro. Desde entonces gente cercana y otra no tanto me hablaban de su experiencia frente a obras de todas partes del mundo, de ballets en el marco de dos semanas cada dos años en Bogotá.

Sí, el festival iberoamericano tiene su público y fiel.

Sin embargo, desde pequeña fuy muy escéptica respecto a lo maravilloso de ese evento. Siempre anuncian grupos como los mejores y en realidad no son tan exitosos en sus países de origen. No es el caso de todas las obras, claro.

Hasta este año, por cuestiones laborales fui al festival tratando de mantener un espíritu abierto, por cuestiones laborales. y me desilusioné. Mi opinión respecto al festivalete no cambia. Las obras carecen de esa filigrana que es tan importante en un montaje; carecen de precisión, de ir hacia la perfección y de espectacularidad.

Resulta triste pensar, que una ciudad y, en parte, un país, esperan esta fiesta bianual para creer que la cultura del mundo llega para mostrarnos su civilización, aunque es claro, y vale la pena hacer una concesión: el contacto con el teatro de otras culturas no tiene que ser sólo lo mejor, sería ambicioso pensarlo, pero desde hace 20 años, no de un festival sino de dos el de Cali (con el que empezó la señora Mickey) y el de Bogotá, no hemos tenido sino una sola cara del teatro.

A esto se suma el endiosamiento que se le hace a la organizadora del magnánimo evento, quien si bien es verdad que su esfuerzo es válido no es la única.

Otras personas, verdaderos artistas, han consagrado su vida en montajes de todo tipo para que la capital de Colombia tenga teatro a lo largo del año. Sin embargo, sus esfuerzos se esfuman tras el monstruo de un Teatro Nacional creado por una argentina (esto, claro no tiene nada que ver con la gente del Sur), en el que solo trabajan actores que pertenecen a su oscuro círculo de amigos.

Y claro, ella está en todo su derecho, de ser rosquera, porque el negocio es de su propiedad. Pero entonces debería por respeto, cambiar su denominación, reflejo de su ego. Y dejar que otras empresas artísticas puedan ganar en visibilidad. Que su quiebra económica de algún fruto. Y sobre todo, que no se sesgue al público, que parece tan ávido de cultura y de entretenimiento.

Las reacciones del público ante este festival muestran que este no es instruido, que está en su forma más infantil, esperando absorber experiencias cual esponja. No se trata de democratización ni de igualdad de oportunidades, sino de tomar distancia y empezar a formar un público que no sea conformista y se comporte como el pueblo que es manipulado con pan y circo.

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