El año nuevo en París no tiene juegos pirotécnicos. No tiene la caída de la bola como en Nueva York. La llegada de otros doce meses la marca la iluminación de la Tour Eiffel, que brilla como un diamante, irradiando su alrededor. Sin embargo, poca es la espectacularidad, pues esas luces brillantes se encienden todos los días a las 7pm.
De ahí en adelante el festejo es inmenso, las personas sobre los Champs Elysées, en el Trocadéro, en el Champ de Mars, abren la champaña, la cerveza y brindan por 365 días porvenir.
El año nuevo en París transforma la ciudad. No por el show que la alcaldía de la ciudad no pone en pie, sino por las personas, sus habitantes. A las tres de la mañana, las principales avenidas están llenas de carros, algunos pitan, otros caminan bebida en mano.
En la fontana de Saint-Michel, todo es fiesta, gente cantando en la calle, tocando tambores y desconocidos que gritan al viento "Feliz año" en todos los idiomas. Hombres y mujeres ebrios deambulan vestidos muy elegantes. Ellas, con tacones y minifaldas a pesar del frío. Ellos son bufandas y las mejillas rojas por el licor.
Lo especial de esta noche es precisamente eso. La transformación de una ciudad que en medio de su belleza ha perdido la candidez. Los parisinos sonríen sin miedo y se deshiniben perdiendo la seriedad e indiferencia cotidiana. El río Sena, entretanto, descansa. El agua corre tranquila, como un bálsamo refrescante.
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