martes, 8 de abril de 2008

Curiosidad mató al gato

La vida privada del prójimo tiene su encanto. De eso no hay duda. Usted se asoma por la ventana de su apartamento, y sonríe porque el barrigón del edificio de enfrente muestra su torso desnudo, mientras se quita la pereza de recién levantado. Usted, como "buen vecino", decide esconderse tras la cortina para seguirl el espectáculo gratuito. Ahí puede durar el tiempo que sea si la acción lo amerita o el telefono suena y lo deja con el corazón en la boca, como a quien cogen en plena flagrancia.

Los restaurante también son lugares propicios al voyeurismo. Una pareja se sienta en la mesa próxima. Suena el celular y el hombre tiene cara de incomodidad. Señor comensal, seguro qus usted comienza a querer adivinar, qué le quita la tranquilidad al celuparlante. 'La otra', seguro que eso es. Depronto cuelga, ella le pide el celular y él con sonrisas nerviosas evade el pedido. Y el resto lo dejo a su imaginación.

Los seres humanos tenemos fascinación por la vida de los demás, por sus conversaciones, sus relaciones y su vida íntima. No se trata de una curiosidad acrecentada por el jet set y la farándula, -criolla e internacional-, sino de algo natural y casi instintivo que dirige nuestro interés a esferas distintas a las nuestras.

Puede ser una forma de reasegurarnos a nosotros mismos, de que somos normales (si es que algo lo es) o más desgraciados que otros. La envidia puede ser motor de esa curiosidad, o quizás es al contrario, o quizás es viceversa.

Pero también es una forma de alimentar nuestras más recónditas fantasías, o recordarnos frustraciones. En la televisión abundan los programas sobre la vida de los famosos. "Fulanito tiene una cuenta bancaria de 10 millones de dólares". Basta esa frase para que, -como en el comercial-, usted evada su realidad tan terrenal, y comience a imaginar qué haría con esa plata: compraría, arreglaría, ¿regalaría?... más bien poco.

De ahí se desprenden todo tipo de excentricidades dignas de traqueto que usted pensaba no tener, pero que yo como Dupian, creo que es una característica general. Quizás no espera tener llaves de ducha en oro (usted ya banalizó su uso) pero sí un full mercedes benz en la puerta, o quizás un descapotable rojo bien llamativo.

Sí, parecen imágenes cliché, pero al final no lo son tanto. Puede que usted no llegue a gastarse 300.000 dólares en un collar de diamantes para su mascota, pero sí 300.000 en cerveza...

Hasta ahí todo muy normal. Pero hay algo más que nos interesa y que mantenemos callado: la intimidad del prójimo, en todo el sentido de la palabra (bueno, de ambas). Un video o un descuido de persiana harán las delicias de muchos. Además, con internet y toda su parafernalia audiovisual, la embarrada podrá verse e incluso estudiarse en cualquier lugar del mundo con acceso a esta tecnología.

Sin embargo, poco o nada importa la honra de los expuestos, lo relevante es que el error de unos pocos es ganancia de muchos, muchísimos. Estos episodios de la vida real se vuelven comidilla de todos, y recordemos que "pueblo chico infierno grande", por aquello de la globalización. Nadie se ha puesto a pensar en qué pasaría si a usted le publicaran una fotico o un video de ese talante... Quizás, con cara de santurrón, estaría dispuesto a decir que "yo no soy tan bobo como para eso, y mi vida no le intersa a nadie". Graso error, grandísimo error. Su vida, miserable, envidiable, frustrante sí interesa al público ávido de historias para alimentar su morbo.

Somos individuos de contradicciones. Por un lado, defendemos a utranza nuestra privacidad, la incluimos en nuestras leyes; por otro, ansiamos traspasar lo privado del otro, así sea en detrimento de la honra. Nos interesa gozar del error ajeno y dar calificativos aquí y allá. Pero recuerde sujeto enclasante: el observador también es observado como decía P.Bourdieu. Somos una sociedad de voyeuristas. Nosotros mismos somos el verdadero gran hermano.

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