Entonces apareció Marina en la puerta del apartamento. En minifalda, botas y ebria. Se bamboleaba de una lado para el otro. Se veía bonita. Se veía irresistible.
Su presencia tenía una explicación conocida. Pasaba, como cada tres meses, por una crisis de soledad. Podía rodearse de mil personas, caminar por su ciudad y sentirse ínfima sola, abandonada. Entonces sufría de terribles depresiones porque recordaba su infancia. Se iba a dormir y solo soñaba recordando sus días felices de niña en los que jugaba con su padre.
Pero cuando aparecía en la puerta del apartamento, timbrando a las 3 de la mañana luego de atravesar la ciudad en taxi quería decir que la crisis era grave. Si estaba en el hall significaba que no había encontrado llamar la atención de ningún hombre.
Marina comenzaba a hablarse a sí misma, luego a las paredes y por último a todo desconocido que se le atravesaba. Se subía en el metro sin destino definido, se bajaba donde tuviera que caminar menos para hacer correspondencia; se subía en otro metro hacia todas las direcciones, iba hasta el final de la línea, se devolvía. Así pasaba esos días.
En cada vagón al que se subía miraba a todos los hombres y los miraba directo con esos ojos enmarcados de negro. Podía entablar conversaciones con uno y con otro. La invitaban a tomar algo, un café, un vino. Cualquier cosa que la distrajera de pensar en la existencia suya que le incomodaba.
Pero al rato de estar sentada en compañía desconocida se aburría. Le daban ganas de caminar, de sentir el aire frío de la noche en su cara. Sólo así se sentía libre y anestesiada de sus penas. Era en esos arranques que aparecía timbrando en el apartamento con una botella de vino tinto en la mano y una sonrisa insinuante.
El taxista pita copiosamente. Espera el dinero de la carrera. Marina se rie y ve que los billetes que salen de la billetera de Galván no son suficientes. Se la arranca de las manos y saca más. El taxista vuelve a pitar, como si se hubiera quedado dormido.Galván, descalzo, en jean y camiseta va hasta el balcón. "¡No joda más!", grita y le tira los billetes que vuelan placidamente hasta caer sobre la acera.
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