Barack Obama ganó las elecciones. Atrás quedaron las dudas, los efectos Bradley y el gobierno de Bush.
El mundo celebra el triunfo demócrata como si fuera la llegada de un salvador. Dicen que el color de piel no debe marcar la diferencia pero en este asunto, el color lo fue y lo es todo.
En las capitales del mundo el ambiente es festivo, en Kenia hoy y mañana la gente podrá seguir celebrando ya que es un día nacional, en París la gente compró botellas de champaña antes de ir al trabajo para brindar con sus colegas.
Sin embargo, este apoyo tan determinante, tan global, debe tomarse con prudencia. Si el elegido cumplió con sus tareas como senador, hay que esperar cómo se desenvuelve estando en la cabeza de la primera potencia mundial. El clima no es el mejor. Los Estados Unidos están ya en la congoja de una crisis que ha dejado a miles sin vivienda, y donde han despedido a por lo menos 4.000 periodistas en un mes.
El cambio llegó. Luego de ocho años de Bush, quien estaba más pendiente del cumpleaños de su esposa que de los resultados, el mundo entero podrá descansar de el hombre que tuvo al Medio Oriente como un enemigo y sembró el terror y la discriminación de cualquiera cuyo nombre fuera Mohammed o Hussein...
Lo único que nos queda esperar es que el cambio sea bueno, que se logre frenar la crisis, la especulación, la pobreza, la quiebra de empresas.
Por último, a la señora Obama también hay que tenerla en la mira. Ella es el pilar del nuevo presidente y podrá ganar un protagonismo nuevo, diferente a las primeras damas anteriores. Ella no representa la elegancia -aunque le sobra- ni tampoco la tradición como Hillary.
Queda esperar que desde el próximo 20 de enero el mundo sea distinto, más tranquilo. Mas una golondrina no hace verano.
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