Descubierto.

Marina era el amor de la vida de Galván; el alcohol era el amor de la vida de Marina. ¿Cómo luchar contra dos vicios a la vez? Él conocía la imposibilidad de compartir la misma mujer. Sobre todo, cuando ella lo hacía vulnerable. Era una sensación molesta porque él, el tipo más seguro de sí mismo sobre la tierra, estaba al descubierto por ese ser que tanto amaba.

Galván nunca había creído en el amor. Creía en las mujeres como socias en relaciones que no durarían para siempre y que al final de cuentas acabarían por cansarlo. Creía que todo lo tenía bajo control, puesto que sería él, en primer lugar, quien expresaría el desagrado de mantener una relación que no le interesaba.

Con esas ideas aseguradas a la cabeza, Galván tomó el bus para ir al cumpleaños de Hugo, su mejor amigo. Antes, pasó por la tienda y compró una botella de vino y pasabocas. La noche tenía un aire fresco que lo hacía sonreír mientras caminaba. Fue entonces cuando se percató que era feliz. Sin razón aparente. Sin pedir nada a la vida. Sin cambios que pudieran afectar su percepción sobre su felicidad.

Era feliz. Al abrir la puerta, Hugo le sonrió y se percató de ese cambio en el rostro de su amigo de infancia. Con él aprendió a jugar futbol. Con él aprendió a echar piropos en la calle. Era el único capaz de entenderlo.

Se abrazaron y Galván le entregó el regalo. Hugo lo hizo pasar no sin advertirle que Julia había venido. Eso no le importaba. Entró y saludó a todos con un "Buenas noches" fuerte y claro. Puso la botella y la comida sobre la mesa de centro que ya estaba colmada de colaciones y tragos.

Luego, caminó hacia Julia, su primer divorcio, y la saludó como siempre. Un beso en la mejilla delante de su amante de turno. Se sirvió un trago. Whisky con hielo y un poco de agua muy helada. Sintió cómo su boca y su garganta entraban en contacto con el cálido licor. En ese instante, la vio por primera vez. Marina, en falda corta y botas, que reía a carcajadas.