viernes, 30 de enero de 2009

El encuentro

Lo que le atrajo fueron las piernas. Lo que lo atrajo fue la boca estirada al hablar. Lo que le atrajo fue el nervioso movimiento del meñique mientras bebía de la copa y hablaba. Sí, ese dedito sobre el cristal había capturado toda su atención. Era una parte de ese todo que tenía por nombre Marina.

Una bailarina y pseudo fotógrafa que había llegado a la ciudad con la intención de seguir los pasos de los personajes de Cortázar con su cámara. Algo así como una guía fotográfica de la pareja que jugaba a los cíclopes.

Se creía detentora de una idea magnífica, nueva, soberana y libre. Por dinero era imposible preocuparse. No seguía ningún carpe diem. Símplemente el destino la había hecho acreedora a una cierta fortuna, que le proveía cada mes.

Galván no pudo estudiarla desde lejos. No se resistió y se acercó. Escuchaba la conversación que seguía Marina. Algo sobre un espectáculo de danza que utilizaba video y a Gershwin. Se dio cuenta que ella estaba ausente. Él decidió encender un cigarrillo que ella le arrebató de la boca con una rápidez de rapiña.

Ante la inmovilidad de él, ella osó picarle el ojo y luego le hizo un gesto para ofrecerle un trago. Al rato volvió con una copa de vino tinto para ella y un vaso de whisky para él.

Luego se sentaron casi simultáneamente sobre un sofá. Escuchaban la música, las conversaciones ajenas. Ella miraba el techo con los ojos bien abiertos. Él observaba el meñique moverse con una gracia casi admirativa.
Marina se sintió cansada. Se despidió de Hugo, dándole un beso ténue sobre los labios.

Galván vio la escena desde la cocina. Ahí se acercó al perchero para ayudarla a ponerse el abrigo que ella abotonó con cuidado. Se volteó rápido y le dijo algo al oido. Tomó su bolso y cerró la puerta.

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