lunes, 16 de febrero de 2009

Afán

Galván se despertó después de horas de un sueño agitado y entrecortado. La noche anterior lo había dejado exhausto. Sintió que la cabeza le pesaba y que un dolor profundo le tomaba por rehén. Se levantó y caminó hasta la cocina en busca de una aspirina.
Abrió el frasco con afán y se sirvió el agua en un vaso sucio. Entonces miró el reloj que colgaba en la pared. Se duchó veloz y salió tan rápido que sólo hasta que se bajó del bus se dio cuenta que llevaba una combinación desastroza de medias blancas con zapatos negros.

Esa mezcla lo hacía sentir estúpido. Vio una vitrina de ropa para hombres. Entró y compró un par de medias negras por un precio irrisorio. Sintió como si el alma le hubiera vuelto al cuerpo, a pesar de que con ese dinero hubiera podido comprarse une docena de medias en cualquier otro lugar.

Al salir de la tienda tomó un taxi del que se bajó cinco cuadras más adelante. Miró para todos lados, perdido en la conmmoción de las avenidas de la gran ciudad al atardecer. De repente sintió una mano entre sus dedos que lo haló. Galván se dejó hacer, sin repicar, embelesado por el perfume de jazmines del cabello de Marina.

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