El problema es que el corazón es un órgano fantasma. Siempre va a estar allí, así uno quiera olvidarse de él, dejarlo en la basura en un bolsa negra con doble nudo o estrecharlo entre los púlmones para ocupar el espacio dejado.
Era una posición idiota, esto de sentirse vulnerado, tan poco digno de un hombre como él, pensaba Galván. Toda la noche tuvo que soportar un sueño en corto-circuito, sobresalto tras sobresalto, con el nombre de ella entre los labios.
Esta nueva mañana prendió el radio, escuchó las noticias de costumbre sin esperanza. Sin pronunciar palabra, guardando una respiración tranquila y silenciosa. Frente al espejo en el baño, se observó unos segundos. Se lavó la cara con agua helada para congelar los pensamientos. Se la lavó varias veces ante la insistencia de su mente. Tenía la piel fría, como renovada. Se miró, se insultó hacia sus andentros y se propinó una cachetada tan fuerte que resultó ofendiéndose a sí mismo.
Salió a la calle, se metió en una cabina telefónica. Le temblaban las manos mientras buscaba la página en la que habia escrito el número de teléfono. Marcó ansiosamente y espero el timbre. Ocupado. Ocupado. Ocupado. Ocupado.
Colgó con furia. Colgó varias veces con furia. Las venas de la frente comenzaban a hacerse más y más evidentes. "Imbécil, soy un imbécil... ¡Imbécil, imbécil, imbécil!".
Una mujer que pasaba por allí le lanzó una mirada de desaprobación y prentendía decirle alguna palabra. Pero fue retenida ante las temibles pupilas dilatadas de Galván.
Volvió a marcar, sin esperar nada. Timbraba, timbraba, timbraba. Contestó. Era ella, con su voz liviana.
"¿Si? ¿Aló?"
Silencio.
"¿Aloooo?"
Silencio y respiración en la bocina.
"¡¡¡Alooo!!! Hable..."
Silencio con un hola reprimido.
"Galván...Galván habla, Galván eres tú, es usted, Galvaaaan... Hola. ¿No quieres hablar? Ya lo sabía: eres un imbécil".
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