viernes, 6 de marzo de 2009

El peso

Error, grasso error. Hacía una semana que la había perdido para siempre. No sólo su nombre retumbaba en sus oídos como un buzz de zancudo en la oscuridad; tampoco podía dormir. No tenía paz y cuando salía a la calle veía a Marina en cualquier par de piernas que se le cruzaban por el frente. Escuchaba un sonido de tacones sobre el asfalto y el corazón se le aceleraba como un niño cuando ve a su madre.

Como no soportaba navegar en tal paranoia, decidió regresar a casa a trabajar. Quizás concentrarse en otros temas era un manera de sacar del clavo. Pero no. Sentarse al escritorio era una tortura, terminaba pensando y haciendo garabatos en el papel con las letras de "m-a-r-i-n-a".

Se levantó, tomó un trago de whiskey cosa que poco hacía y se sentó en el sofá viendo hacia las montañas. Sintió cómo se apretaba su pecho, como si un peso le cayera encima. La respiración era chiquita, inaudible.

Comenzaba a llover en la ciudad. Las gotas se estrellaban con violencia dolorosa contra las ventanas sin cortinas. Los ojos de Galván se nublaron. Entendía lo que tenía que hacer... Arrancarse el corazón.

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