jueves, 11 de junio de 2009

Hijo pródigo

Los meses transcurrieron con una ligereza oportuna. Luego del episodio de la cabina telefónica, Galván no resistía levantar el auricular de un teléfono.
"Podría ser urgente", le insistió Hugo, pero sin éxito.

Sin embargo, la humillación y el dolor que embargaron a Galván, desataron en su mente una serie de interrogantes unos mas metafísicos, otros mas bien pragmáticos.
Cansado de trabajar desde su casa, en un encierro que lo exasperaba, tomo la decisión de enviar hojas de vida aquí y allá, con la esperanza incierta de volver a encontrar su cubículo en el mercado laboral.

Nada fácil. Muchos obstáculos en su camino: la edad, el desdén por la autoridad, la falta de practica. Sin embargo, todo es cuestión de tiempo, incluso para quien falta de practica.

A las 8 de la mañana de ese martes 5 de mayo sonó el teléfono. La bolsa de té comenzaba a destilar, pintando en el agua hirviendo, ante los ojos de Galván. Fue entonces cuando sonó el teléfono y él, hipnotizado ante su pocillo, levanto el teléfono con naturalidad y sin percatarse del gran paso que venia de dar.

Era Mariano Gonzalez, un conocido no amigo. Lo citaba a una entrevista de trabajo, mas una formalidad que otra cosa, porque lo cierto era que el puesto era suyo.

"Políticas de la empresa. Tu sabes que ahora todo es papeleo y requisitos. Pero aquí te espero a las 3pm. Sin falla. Si no estas aquí a las y diez, doy por entendido que no te interesa".

Corto momento de irreflexión que lo llevo por inercia a la ducha y a la calle. Todo, en menos de media hora, aunque la mañana no se había terminado.

Era una sensación extraña, volver a trabajar rodeado de gente, lejos de su ermitaño puesto de trabajo en su apartamento. Quizás, este cambio le traería nuevas ideas, compartiría con personas que, a pesar de la banalidad, romperían con su nada ajetreado vivir.

Camino a la cita con Gonzalez, sentía un placer eficaz al imaginarse a la hora del break. Cinco minutos para un café, bebido en una charla corta y desestresante con sus compañeros de trabajo. Un momento del día que era para él una ilusión.

Desde ya podía sentir el olor del papel tibio de las fotocopias, el timbre de los teléfonos, los dedos sobre los teclados, los post-its, las grapadoras. Un mundo del que había huido pero al que regresaba el hijo prodigo.

A la entrada del gran edificio de cristal, dio su documento de identidad y tomo el ascensor. Quinto piso para la cita, media hora mas tarde visito una media de docena de pisos: contrato de trabajo, examen médico, fotocopias, carnetización, biblioteca. Un recorrido rápido para formalizar su vuelta a casa.

Al salir, ya eran las 5:30. Pequeños rayos de sol atravesaban los nubarrones de un cielo pesado. Galván, sobre de manila en mano, camina rumbo a su casa, con un brillo nuevo en sus ojos y menos cargas en el corazón.

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