jueves, 11 de junio de 2009

Tiempo libre

Primer día de trabajo. Primer día después de muchos días. Galván se levantó temprano, se preparo unos huevos fritos que acompañó con un café bien negro y sin dulce. En el metro, mientras su cabeza seguía en blanco, sintió cómo su estomago le recordaba que hoy era un día particular.

Volvía a trabajar, con un contrato, con un buen sueldo y en lo que más le gustaba. Paso la entrada con su carnet, mirando al vigilante de turno bien a los ojos. Solo así, podría reconocerlo de ahora en adelante, historia de hacerse amigos y comenzar la rutina que marcaria sus días de ahora en adelante.

Tomo el ascensor y se bajo en el 6to piso. Su escritorio quedaba a la izquierda después del hall y luego a la derecha. Vio su escritorio pulcro, un carnet de notas, un pocillo lleno de esferos, el teléfono y el computador. Se sentó mientras sacaba de un pequeño maletín, algunas cosas para darle aspecto de refugio a su cubículo. Un cortapapel que había comprado en un anticuario en Buenos Aires, su pluma para escribir y cartuchos de tinta negra; una botella de agua y un recorte de periódico con el obituario de Cortázar.

Ahora sí podía comenzar a trabajar. Mariano González pasó a los pocos minutos para saludarle y darle la bienvenida. Además, lo presentó a todos los miembros de la oficina, del sexto piso.
"Espero que te sientas a gusto. Cualquier cosa, Norita, mi secretaria, puede ayudarte".

Galván hizo un gesto de agradecimiento y dio un buen día a todos en tono leve. Se acomodo bien sobre su silla y exploro un poco el funcionamiento del programa sobre el que tenía que trabajar.

Todo era novedad. A la media mañana, decidió tomarse un café. Caminó hacia la pequeña cafetería con expectativa, anhelando este primer encuentro con sus pares. Pero una vez frente a la cafetera, solo una secretaria entro para tomarse un vaso de agua fría.
Luego, dos compañeros entraron, se sirvieron café mientras continuaban una conversación.

Galván, no sabía cómo acercarse a las personas, cómo abrirse a los demás y menos en un medio laboral. Pensó que la próxima vez se ofrecería a servir el café y así podría romper el hielo.
Una estrategia que no dio resultado al cabo de una semana. Sobre todo, porque o bien nunca había nadie en la cafetería o porque quienes entraban en busca de café no pasaban del saludo casual y de preguntarle cómo iba todo.

La segunda semana parecía más ajetreada. El lunes, tuvo más trabajo aunque pudo volver a casa a eso de las 6 de la tarde. El martes no hizo mucho, excepto cruzar un par de palabras con sus colegas.

A finales de la segunda semana, Galván entendió que no sabía mezclarse. Entendía, que, no era una persona sociable ni en las reuniones ni en lo laboral. Era un tipo solitario y solo, con una apariencia que alejaba a los demás. Comenzó a sentirse desplazado. Pasaba sus jornadas leyendo o escribiendo papelitos. Estaba ganando un buen sueldo a costa de no hacer nada.

Eso no lo atormentaba pero le parecía absurdo. Incluso le disgustaba, porque de alguna u otra forma había entrado en el círculo de la sociedad a la que le costaba pertenecer. Pero ahí estaba, ella lo había hecho su rehén.

Decidió entonces hacer algo productivo durante sus horas de trabajo sin ocupación. Decidió mejorar su vocabulario. Tomo un diccionario que reposaba en una estantería, y comenzó a ojearlo minuciosamente. Decidió que leería dos páginas por día, buscando todas las palabras que no conocía o que utilizaba erróneamente. Luego, escribía frases con esas palabras, como pequeños haikus.

En algún momento pensó en aprender un idioma, con internet hoy todo es posible, pero sin conocer bien su lengua materna, considero la idea estúpida.

Un viernes en la tarde, se concentro tanto en el estudio de la tercera hoja de la B, que cuando levanto los ojos para ver el reloj ya eran más de las ocho. No se sentía cansado, a pesar de que veía como la gente alrededor suyo trabajaba y había un cierto alboroto propio de su medio.

Se puso el abrigo y bajo al primer piso. Estaba cerrada la entrada principal. El portero le indico que tenía que salir por la puerta de la calle izquierda. Sintió el aire que le renovaba los pulmones y saco un cigarrillo. Le dio unos golpecitos al filtro y lo encendió.

En ese momento, vio una mujer en un abrigo negro, que esperaba un taxi o eso parecía. Tenía el cabello rubio y largo, llevaba tacones rojos muy altos. Se imagino en una escena de publicidad de algún perfume lujoso. Se quedo, ahí, esperando con la desconocida a que no se percato de su presencia. Un lujoso auto se parqueo frente a ella. Era González, que se bajaba y caminaba hacia la desconocida. A pesar de ser pulcrísimo de presentación, no había abotonado el saco del vestido, dejando ver como la camisa apretaba la barriga.

A Galván le pareció increíble que los botones no saltaran con esa presión. Se escondió en la esquina de la entrada, disfrutando como espía de turno. González le dio un beso a la mujer, quien le limpio los labios luego de un beso demasiado juvenil para su edad. Abrió la puerta y le dio la mano para que ella se subiera al carro.

Galván se divertía con esta escena: su jefe recogía a lo que debía ser, a un margen de error mínimo, su amante. Bonitas piernas, pensó, buen empeine y gracia particular al subirlas al carro.
La desconocida bajo un poco la ventana, mientras se quitaba el abrigo como sofocada. Saco un poco la cabeza. Galván entro en pánico, como si le apuntaran con un arma.

Su mirada quedo congelada, viendo la ventana. Era ella, era Marina.

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