Todavía estaba joven y lleno de vida, pero desde pequeño tenáa la corazonada de que no viviría largos días. En algún momento esperaba que la novela de su vida llegara a ese punto de giro que había esperado desde siempre.
Pero las malas noticias llegan cuando menos se les espera.
La visita de ayer al medico tenía todo de particular pero Galván no estuvo atento a escuchar su corazonada. Y eso que su corazón se sentía presionado bajo su suéter de algodón gris. Y eso que las manos le temblaban. Le falló el calculo o quizás ya no quiso ver lo que tanto anhelaba. O quizás no anhelaba.
Durante su estancia en estado de inconsciencia en el hospital le habían practicado exámenes de rutina. Los resultados, que llevó consigo a la salida de su convalecencia quedaron relegados a la mesa de la cocina.
Sin embargo, una de las enfermeras tuvo la idea de llamarlo para preguntarle si había hecho leer los exámenes por un medico.
No, en absoluto, había respondido Galván.
Le recomiendo que lo haga tan pronto pueda.
Bah! no sera de muerte, respondió.
Pero el silencio al otro lado de la línea le produjo un escalofrío terrible. Colgó el teléfono y fue a ver a su cuñado que era medico.
Evidentemente los exámenes arrojaron pruebas de un cuerpo enfermo y cuya decadencia avanzaba.
Antonio no sabía cómo ni qué actitud adoptar. Galván, quien en una época había sido su compadre, se había alejado.
El sol entraba a través del velo que cubría la ventana de la biblioteca. Su hermana Magdalena no estaba.
Antonio lo observaba y bajaba los ojos hacia el papel como quien no cree la cosa. A pesar de los contantes parpadeos y de limpiarse los ojos con el revés de la mano, los números no cambiaban.
¿Qué me tienes que decir?, le preguntó Galván.
Antonio no sabía qué decir. Silencio. De nuevo silencio.
No estoy preparado, pero igual tengo que saberlo. Así que sé franco.
Silencio.
Es grave, Galván.
Es grave, Galván.
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