jueves, 9 de septiembre de 2010

Quehacer femenino

La señorita cajera llevó a Galván por un laberinto de pasillos oscuros. El la siguió como un ciego, golpeándose con cuanto objeto. Ella se volteaba y le decía "¡Chito!". Entonces él  le hacía caso y le apretaba la mano con más fuerza. Finalmente llegaron frente a una puerta metálica. La señorita cajera sacó unas llaves y abrió sin hacer ruido.

Le pidió que se quitara los zapatos. Tenía los pies mojados, los dedos de los pies se marcaban en las medias. Ella se dio cuenta y sonrió. Parecía un niño que había huido de la lluvia.
Le sirvió un vaso de ron para calentarse. Mientras, ella se fue desvistiendo, sacándole la bufanda de lana gris que le daba tres vueltas al cuello, las medias de lana y las medias veladas. Se abrió la falda y quedó vestida de sólo una camisa a cuadros casi completamente desabotonada.

Galván había observado en total quietud cada gesto. Si había algo que le fascinaba era presenciar ese quehacer femenino. Presenciar el momento en el que una mujer se viste o se desviste es un privilegio. O por lo menos así lo veía él.

La señorita cajera le hizo un gesto invitándolo, mientras se alistaba para tomar una ducha. Galván terminó su vaso de ron como para quitarse el miedo y la siguió. Al entrar al baño, el vapor ya había empañado los vidrios y las dos ventanas. Se sintió protegido por el calor que lo abrazó. Se quitó las medias, se sacó la camisa del pantalón y trató de quitarse el buzo y la camisa al mismo tiempo pero se quedó atorado, no lograba ni sacarse las mangas ni sacar la cabeza.

Ella se rió discretamente y lo miró con ternura. Lo volvió a vestir y le quitó cada prenda con cuidado pero con una facilidad que lo dejó sorprendido. Entraron a la ducha y allí se sintió en paz, bajo el espeso chorro de agua hirviendo, con la señorita cajera enjabonándole la espalda y él llenándola de espuma que olía a frutas.

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