jueves, 2 de septiembre de 2010

Un capricho

El tiempo pasa, las horas pasan, el sol se acuesta. Galván se despierta con rabia porque durmió de nuevo hasta tarde. Entra a su baño y se mete en la bañera con agua hirviendo, pues le gusta ver su imagen en el espejo empañado.

Sólo que no había caído en cuenta de que ya no tenía espejo y que quizás las cosas empeorarían porque era siete años de maldiciones que se le vienen encima... Al menos eso era lo que siempre decía la tía Anita. Pobre vieja, pensó.

Mientras la tina se llenaba, se desnudó y se dio cuenta de cuán apegado estaba a su reflejo, a examinarse su cuerpo. No se había percatado. Sería imposible quitarse la barba de meses. Se sentía ciego.

Metió un pie y el agua caliente lo volvió todo rojo. Se quemaba pero le gustaba ese placer. Luego el otro y poco a poco se fue sumergiendo, mientras cada poro de su cuerpo se abría.

¿En qué momento se había vuelto este hombre solo casi ermitaño? ¿En qué momento había olvidado su gusto por los perfumes de mujer sobre la almohada o tomar fotos de cuerpos femeninos entre las sábanas de su cama?

Se sintió viejo y no lo era. Tenía tantos problemas en su cabeza, tantas preocupaciones que la caída de la noche era una preocupación más, pues debía dormir. Y el sueño era de pesadillas terribles. Tanto así, que cuando se despertaba no osaba abrir los ojos.

Al salir del baño volvió a tener el reflejo de mirarse en el espejo invisible. Se vistió y pensó en ir a comer. El estómago vacío.

Llegó a un lugar de hamburguesas. El olor desde hacía una cuadra le había abierto el apetito, no veía el momento de pedir las papas a la francesa más grandes y doble ración de carne con un queso derretido en la mitad.

Llegó a la caja, con la boca echa agua como un niño. Se daría este festín a ver si le alegraba el rato. Ordenó rápidamente y antes de que le dijeran nada se anticipó "pago con tarjeta".
"Disculpe señor, podría volver a pasar la tarjeta? dice sin fondos".
Volvió a pasarla. "No, sigue sin fondos", le indicó la cajera.

Galván insistió en pasarla a pesar de que detrás suyo esperaba una fila de jóvenes hambrientos en noche de sábado. Los clientes comenzaban a desesperarse. No entendía, ¿cómo sin fondos?, se repetía en la cabeza.
Tomó su tarjeta y se sentó confundido en un mesa del lugar. ¿No tenía dinero? ¿la tarjeta no funcionaba? Se quedó mirando a la culpable de su desdicha sobre la mesa de metal, con la cabeza sobre su muñeca.

¿Qué hacer? Así, haciéndose la misma pregunta se quedó durante quién sabe cuántas horas.
La chica de la caja vino a verlo y le trajo una bandeja con todo lo que había pedido y no había podido comprar.
Ella no le dijo nada. El tampoco, sólo puedo decir "Gracias".

Terminó su hamburguesa, se comió las papas llenas de salsa rosada, se chupó los dedos para nunca olvidar el sabor. A la salida estaba ella, la cajera en falda y botas negras, esperándolo mientras se fumaba un cigarrillo.

El, mientras, se limpió las manos y fue hacia ella. La miró. "¿Vamos?", le dijo ella. Y se fueron caminando.

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